Las pifias del Código Da Vinci

30.08.2009 14:08

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Jesús, al principio considerado sólo un profeta mortal, fue divinizado tras una ajustada votación. Se casó con María Magdalena, la prostituta arrepentida, y tuvo una hija de nombre Sarah. La trama gira en torno a los manejos del Priorato de Sión, cofradía encargada a lo largo de los siglos de preservar celosamente los arcanos del Santo Grial, que es precisamente ese carácter matriarcal de la sucesión de Cristo. Leonardo Da Vinci, Sandro Boticelli, Isaac Newton, Víctor Hugo están entre los integrantes de esta hermandad, hombres de arte y ciencia que en cada una de sus creaciones han inyectado un símbolo de la devoción escondida en el Santo Grial: la de Jesucristo, el profeta mortal. Una de las evidencias detonantes de este legado críptico, advierte el relato, se camufla en el cuadro de "La última cena", de Da Vinci: quien está a la diestra del Mesías no es un apóstol, ese retrato de aire andrógino corresponde a María Magdalena, su esposa.

La mayoría de críticos literarios españoles están de acuerdo en que este último pelotazo editorial contagiado de los Estados Unidos es un libro más bien pobre, falto de una calidad en la expresión literaria o en el rigor para la elaboración de la trama que justifiquen tan fulgurante ascensión en las listas de ventas. La opinión general de los expertos españoles es que El código Da Vinci, desde una perspectiva estrictamente literaria, deja mucho que desear. Su gran éxito se debe tal vez precisamente a su simplicidad, tan poco adecuada para los temas que trata. Pero es el contenido medio esotérico medio desvelador de “terribles secretos de la cristiandad”, lo que despierta ese morbo iconoclasta que los españoles tenemos en medida casi superior a los americanos. La novela está salpicada de auténticas barbaridades en cuanto al rigor histórico y de investigación del contexto en que desarrolla su thriller religioso.

Un documental especial de la cadena ABC destacó la fascinación de Brown sobre un supuesto matrimonio entre Jesús y María Magdalena. Pero la novela contiene muchos más supuestos (igualmente dudosos) sobre los orígenes históricos del cristianismo. La tesis central del libro en lo que respecta al cristianismo es que “casi todo lo que nuestros padres nos enseñaron sobre Cristo es falso”. Entre otras apelaciones a nuestra “culturitis” religiosa, supone un matrimonio entre Jesús y María Magdalena que produjo un linaje real en Francia.

Una de las muchas pruebas de la poca originalidad de esta novela es la elección del Santo Grial como motivo que hila la trama. Tampoco es muy original en su aparentemente insólita revelación: la verdadera identidad del muy buscado Santo Grial. Intenta sorprendernos diciendo que no es el cáliz usado por Cristo en la Última Cena. No señor, como símbolo de la femineidad, es la persona de María Magdalena, que a su vez resulta que es la esposa de Jesús. Además, ella que mantuvo el linaje real de Cristo dándole una hija. La sociedad secreta llamada Priorato de Sión guarda celosamente el secreto de la tumba de María y está encargado de proteger el linaje de Jesús, ¡que ha continuado hasta hoy!

Cuesta creerlo, pero hay mucha gente que se toma en serio las ideas de esta novela, porque en ella misma hay indicaciones que intentan presentar como verosímiles, históricas y exactas sus pretendidos hallazgos históricos.

Por desgracia, mucha gente da por sentado que es verdad todo aquello que tiende a desacreditar lo que la Biblia dice. Pero, si uno se preocupa de buscar algo de documentación, en seguida se dará cuenta de los muchos disparates históricos que se presentan como verdaderos.

El autor se vale de personajes muy preparados intelectualmente para presentar sus teorías. Hay un noble historiador británico, un profesor Simbología Religiosa de Harvard, Robert Langdon, una privilegiada mente analítica (la de la criptóloga de la policía, especialista en descifrar mensajes ocultos). Claro, con personajes tan listos, uno no quiere quedar como tonto al llevarles la contraria. Pero, si fueran listos nos estarían tomando el pelo.

Una de las primeras tesis del libro es que el emperador Constantino manipuló a su gusto lo que era el cristianismo (según los protagonistas de la novela) para convertirlo en algo totalmente a medida de los poderes masculinos del Imperio. Para ello, alteró los cuatro Evangelios, encargando una nueva Biblia en la que se presentase el dogma de la divinidad de Jesús.

Claro, si fue Constantino tuvo que suceder en el siglo IV. Pero resulta que hay copias muy anteriores de los evangelios bíblicos en los que la divinidad de Jesús ya está descrita como la conocemos hoy (al igual que el resto de mensaje evangélico). Lo más cercano a la afirmación de Dan Brown es la petición que sabemos que el emperador hizo para que se escribieran cincuenta copias de las Sagradas Escrituras. Pero en su petición no había órdenes de alteración alguna, lo cual queda además demostrado al comparar las copias posteriores a él con las anteriores. Dice el libro que en el Concilio de Nicea se acordó todo este fraude de doctrinas y escrituras, pero da la casualidad de que existen copias de Mateo, Marcos, Lucas y Juan que son significativamente anteriores a Constantino y al Concilio de Nicea. Lo más interesante, insisto, es la constatación de que las copias anteriores y las posteriores a Constantino y Nicea son no reflejan alteración alguna de estas ideas capitales de la fe cristiana.

Poco antes de Constantino, los cristianos habían padecido una terrible persecución por parte de Diocleciano. Abrazar el Evangelio era una causa por la que muchos murieron. No parece muy probable que Constantino, sin más, convenciera a los cristianos para pervertir una de las cosas por las que estaban dispuestos a morir. Además, las discrepancias entre cristianos en aquellos siglos solían quedar reflejadas en epístolas y tratados, por lo que una alteración de este tipo, aunque s hubiera impuesto, habría dejado evidencia documental.

Cualquier estudio meramente histórico de los evangelios nos da pruebas de que son mucho más fiables que documentos y crónicas incluso más modernos. Por ejemplo, la historia y la arqueología son una gran ayuda para confirmar la fiabilidad general de los escritores del Evangelio. Donde mencionan personas, lugares y sucesos que pueden ser verificados con otras fuentes antiguas, se demuestra consistentemente que son bastante fidedignos. Por lo tanto, tenemos buenos fundamentos para confiar en los Evangelios del Nuevo Testamento. Pero en el Código da Vinci se habla mucho de otros evangelios, los que no llegaron a formar parte del canon, los que no llegaron a entrar en el Nuevo Testamento. Más concretamente, se habla de los documentos de Nag Hammadi.

Los evangelios de Nag Hammadi

Estos textos se descubrieron en 1945. Desde entonces, no hemos dejado de escuchar y leer teorías en cuanto a sus autores, su edad, su contenido. El sabio Teabing, historiador en El Código Da Vinci, afirma con toda seguridad que los textos de Nag Hammadi representan "los registros cristianos más antiguos", que cuentan la verdadera historia acerca de Jesús y el cristianismo primitivo. Por supuesto, afirma que los evangelios del Nuevo Testamento son una versión posterior y manipulada de la vida y enseñanzas de Cristo y sus apóstoles.

Muy interesante (para quien se lo crea). Y la verdad es que hace falta una fe ciega para tragárselo. Los documentos de Nag Hammadi no son "los registros cristianos más antiguos". Todos y cada uno de los libros del Nuevo Testamento son anteriores a ellos. Hay constancia filológica, paleográfica y documental de que los documentos del Nuevo Testamento, incluyendo los cuatro Evangelios, fueron escritos todos en el siglo I. Pero los famosos documentos de Nag Hammadi van del siglo segundo al tercero.

Lo que se sabe con certeza es que los textos de Nag Hammadi son documentos pertenecientes a la secta gnóstica. Su doctrina era semejante a la de algunas corrientes esotéricas y de Nueva Era popularizadas desde finales de los ochenta (quizá de ahí le viene el gran éxito a la novela de Brown). La tesis fundamental del gnosticismo es que la salvación se obtiene a través de un conocimiento secreto y esotérico. Es de suponer, por tanto, que los evangelios gnósticos sean muy diferentes a los auténticos, sobre todo en que no atribuyen prácticamente ningún valor a la muerte y resurrección de Jesús. El gnosticismo se hizo también muy presente en las controversias acerca de la naturaleza de Cristo. Su doctrina tendía a separar al Jesús humano del Cristo Divino, decía que eran dos seres distintos. Por eso, y por la afición a lo hermético que ellos también tenían, al escritor del Código da Vinci le viene mejor atribuir a ellos el cristianismo auténtico. Lo malo es que parece creérselo, y muchos lectores con él.

Lo que realmente hace gracia es que estos textos tan misteriosos que supuestamente dejan claro que Jesús era meramente humano, en realidad se ocupan más de la vertiente gnóstica que habla del Cristo divino.

Una de las afirmaciones más atrevidas de los historiadores que intervienen en la novela es que Constantino confeccionó la lista de libros que formarían el Nuevo Testamento. Una vez más, para que esto fuera así, tendría que haber ocurrido en el siglo IV. Pero hay constancia abrumadora que evidencia el consenso en cuanto a la mayor parte del nuevo Testamento ya en el siglo II. Desde luego, la parte principal para este caso, los cuatro Evangelios, estuvieron muy pronto fuera de duda, aunque se escribieron posteriormente muchos otros supuestos evangelios, que nunca llegaron a ser reconocidos como Sagrada Escritura.

Otra de las características llamativas de la tesis de la novela es su seguridad para decir que Jesús estuvo casado con María Magdalena. ¿En qué se basa?

Uno se atrevería a decir que lo primero en que se basa es en el morbo de los lectores. Pero seamos un poco más metódicos.

Es curioso que el historiador inglés que revela tan fenomenales secretos a la protagonista diga que una de las pruebas de la importancia del papel de María Magdalena en la vida de Jesús y la fundación de la iglesia es que después de Constantino, en los evangelios alterados, arremetieron contra ella acusándola de prostituta. En fin, esto lo dice alguien que el novelista nos presenta como dechado de erudición. Pues bien, los evangelios nunca dicen que ella hubiera sido una ramera. Y, si lo hubieran dicho, eso no significaba nada contra su testimonio y posibles ministerios, porque una de las características de Jesús es que se juntaba con los más despreciados de su pueblo, incluyendo a ese tipo de mujeres, y en más de una ocasión les predicó y las trajo a la salvación. Dicho de otra manera, si la hubieran llamado ex prostituta no la estarían insultando sino alabando a Dios por el poder perdonador y restaurador de Jesús. Cierto que en la Edad Media, a raíz de una confusión de un Papa en el siglo VI, se popularizó en algunos círculos esa idea, pero nada tiene que ver con los evangelios.

Para sostener la idea de que Jesús y María Magdalena estaban casados, se basa en primer lugar en otro documento gnóstico, el llamado Evangelio de María. Pero en él no hay ninguna evidencia textual del hecho. Lo más que se dice es que era compañera de Jesús. En el Código da Vinci se afirma rotundamente que esa palabra significa en arameo “esposa”. Otra vez, eso es sencillamente falso, o al menos incorrecto. La palabra en cuestión ni siquiera estaba escrita en arameo y puede significar desde compañera hasta hermana pasando por esposa, aunque para este último significado había otras palabras mucho más habituales, distintas de la que se usa.

Otro argumento es que Jesús, como buen judío, no podía quedarse soltero, porque estaba mal visto en su cultura. Cierto que la soltería era lo más habitual en la cultura de su nación y época, pero no es en absoluto cierto que la soltería fuera algo prohibido o mal visto. De hecho, hay numerosos testimonios de que en ciertos contextos religiosos de la Palestina previa y contemporánea de Jesús se tenía en muy alta consideración a aquellos rabinos o maestros espirituales que permanecían célibes. Ese era el caso, por ejemplo, de los esenios.

Podríamos seguir así con docenas de detalles en los que esta exitosa novela muestra un escasísimo rigor (o mucha fe en su “novísima” doctrina, como se prefiera pensar). Pero lo que nos debería importar es cómo es posible que haya tenido tanto éxito. Uno de los mayores expertos en estos temas, el historiador César Vidal, comenta en su prólogo al libro de Whiterington, Una respuesta definitiva al Código da Vinci (Editorial Andamio, 2004) que una de las posibles llaves de su éxito sea el hecho de que nos presenta a un Jesús típico del pensamiento Nueva Era, un personaje ejemplar pero nada más, ante el que no hay que tomar ninguna decisión, ante el que simplemente uno puede entretenerse tejiendo y descifrando cábalas. Pero, aunque eso puede resultar muy atractivo para los lectores, los aleja fatalmente de la realidad: Jesucristo es el Hijo de Dios que se hizo hombre para morir por nuestros pecados y darnos así la vida. No está ahí para que hagamos elucubraciones sobre él, sino para que aceptemos por la fe su sacrificio por nosotros y así seamos reconciliados con Dios y podamos disfrutar de la vida eterna. No hay mayores misterios. Lo realmente misterioso es pensar cómo podrás seguir diciendo que no a quien quiere darte vida, y vida en abundancia.

Ante las falsas aseveraciones de un escritor que se presenta como historiador incluso cuando escribe una novela (afirma literalmente que todos los documentos y referencias a ellos que aparecen en la novela son reales), en los países de educación protestante se ha producido un efecto beneficioso: buscar en las Escrituras y en la historia para comprobar la posible veracidad de algunos hechos centrales de la novela. Por desgracia, no es eso lo normal en España. Aquí nos creemos todos los Caballos de Troya habidos y por haber, sin preocuparnos de ir a las fuentes. Si nos dicen “Cristo estaba casado”, pensamos “no, si ya decía yo...” y ahí nos quedamos. Si nos dicen “Jesús no murió en la cruz y ni mucho menos resucitó”, pensamos, “claro, ya me parecía a mí”, pero especialmente cuando se cuestiona la divinidad de Cristo creemos que nos han quitado la palabra de la boca. Pues bien, si no estamos fundamentados sobre verdades tan básicas como la de la divinidad, muerte y resurrección de Cristo, no tenemos ninguna esperanza: su divinidad garantiza que el sacrificio en la cruz fue válido, que fue el sacrificio de un Cordero Santo, sin mancha, ajeno totalmente al pecado (lo cual sólo se aplica a Dios mismo). Si quitamos de la historia su muerte en la cruz ¿quién, cuándo y cómo pagó por nuestros pecados? Nosotros no podemos pagar más que con nuestra condenación, y eso es justo lo que nos queda si eliminamos la cruz. Pero ¿y la resurrección? ¿qué garantía tendríamos para pensar en una vida después de ésta si no fuera porque el propio Jesús venció a la muerte con su propia muerte y resurrección? Leamos el libro de Brown, y lo que haga falta, pero no nos dejemos llevar por cualquier teoría sino usémosla para investigar, buscar en la auténtica fuente de autoridad para el cristiano, que no está escondida, sino en Dios mismo, y se nos revela clara e inteligiblemente en la Biblia.

Jesús dijo a los fariseos:

“Examináis las Escrituras porque vosotros pensáis que en ellas tenéis vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Juan 5:39-40).

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