El Quijote y la Biblia

30.08.2009 14:06

Artículo Original aquí.

En el momento de redactar estas reflexiones nos encontramos en plenas celebraciones por el cuarto centenario de la primera edición de la novela más emblemática de la literatura en lengua castellana. El Quijote es una obra que fascina a lectores de todas las culturas y edades. Se han editado versiones infantiles, se han recuperado míticas adaptaciones cinematográficas, estudios, críticas, y hasta supuestos mensajes secretos. Pero incluso después del centenario la historia de Don Quijote y Sancho seguirá siendo actual y enseñándonos lecciones que siguen vigentes con el paso de los siglos.

Una de las características a menudo olvidadas por los comentaristas de El Quijote es su conocimiento y respeto por las Sagradas escrituras. Cervantes no parece ser un escritor religioso. Los cervantistas no parecen estar de acuerdo en cuanto a la sinceridad de Don Miguel al aludir a las cuestiones religiosas. Ortega y Gasset, así como Américo Castro, hablaron de la hipocresía de Cervantes. Dijeron que cuando trataba en el Quijote el tema religioso, fingía; y esta opinión se divulgó por el extranjero. Algunos hispanistas extranjeros llegaron a decir que Cervantes es un hábil hipócrita y ha de ser leído e interpretado con suma reserva en asuntos que afecten a la religión y a la moral oficiales.

Como ha dejado muy claro el escritor español Juan Antonio Monroy (La Biblia en el Quijote, Ed. Clie), los conocimientos bíblicos de Cervantes se hacen patentes en el primer acercamiento a su obra, no sólo El Quijote (que, según este autor, podría tener unas 300 referencias bíblicas). Hace numerosas alusiones, encubiertas, claras, parafraseadas, citadas textualmente o dejando ver un trasfondo bíblico, tanto del Nuevo como del Antiguo Testamento. Seguramente citaba de versiones en latín, traduciéndolas libremente. Hay que tener en cuenta lo peligroso que era en la España de su época el simple hecho de tener una Biblia en la lengua del pueblo, por lo que, de tenerla, lo habría disimulado. No es extraño, por tanto, que cuando quienes viven con Don Alonso Quijano no encuentran ninguna Biblia al examinar los volúmenes de su biblioteca. Pero nadie puede negar que el hidalgo manchego conocía las Sagradas Escrituras, y las tenía en alta estima, como algo divino, de modo que no habría faltado entre sus lecturas.

Habrá quien diga que esta alta consideración de la Biblia no es más que otra consecuencia de la locura de Don Quijote. Pero él mismo sabe diferenciar entre unas escrituras y otras. En su discurso del capítulo XXXVII de la primera parte, donde habla sobre el fin de las letras, dice:

Este es el fin y paradero de las letras (y no hablo ahora de las Divinas, que tienen por blanco llevar y encaminar las almas al cielo, que a un fin tan sin fin como éste, ninguno otro se le puede igualar).

¿Qué piensa Cervantes de la Biblia?. La llama tres veces Divina Escritura en el prólogo de la primera parte.

Cita el supremo mandamiento de la ley de Dios, junto con una referencia a las epístolas paulinas, en el cap XXVII de la segunda parte:

Cuanto más que el tomar venganza injusta, (que justa no puede haber ninguna que lo sea) va derechamente contra la santa ley que profesamos, en la cual se nos manda que hagamos bien a nuestros enemigos, y que amemos a los que nos aborrecen; mandamiento que, aunque parece algo dificultoso de cumplir, no lo es sino para aquellos que tienen menos de Dios que del mundo, y más de carne que de espíritu.

Uno de los comentarios que personalmente más me impresionan sobre el valor de esta novela cervantina es el que expresa el gran poeta alemán Heinrich Heine: “opinaba yo en aquella época que lo ridículo del donquijotismo consistía en las invocaciones del noble caballero a un caduco pasado, y en el doloroso molimiento de sus pobres miembros, señaladamente sus espaldas, al chocar con la realidad del presente. ¡Ah! Desde entonces he aprendido que es una ingrata locura querer interponer prematuramente lo futuro en el presente si para tal lucha contra los arraigados intereses de hoy, sólo se posee un delgadísimo rocín, una mohosa armadura y un achacoso cuerpo... ¿Se propuso solamente la ruina de los libros de caballerías... o quiso ridiculizar todas las representaciones de la exaltación humana en general, y particularmente el heroísmo de los que todo lo esperan del valor de su espada?... sin que tuviese clara conciencia de ello, escribió Cervantes la mayor sátira contra la exaltación humana”.

Seguro que hay muchas otras interpretaciones, pero la de Heine me parece, al menos parcialmente, muy acertada. Muchas veces nosotros nos planteamos ese camino de incorformismo con el mundo que nos ha tocado vivir, nos imaginamos una realidad mejor, en la que podemos tener un papel más noble y acorde con la ilusión de lo que somos o queremos ser. Pero, amigo mío, nuestro gran caballo blanco para emprender esa lucha no es más que un flaco rocín, nuestra resplandeciente armadura no es más que ridícula cacharrería, y todos los medios que uno crea poseer son igualmente insuficientes, por no decir patéticos. Todos tenemos como mínimo una intuición interior de que la vida no puede ser simplemente esto, que tiene que haber algo más, que la injusticia reinante no puede ser para siempre. Intentamos remediar el mundo con nobles esfuerzos que a veces consiguen sus propósitos y a veces adaptándose a aquello que querían cambiar. Pretendemos ser auténticos “hombres nuevos”, diferentes, mejores, pero en nuestro intento chocamos con nuestras limitaciones y con una realidad que no es clemente para con tales intentos y nos llama, con una mezcla de lástima y burla, locos y nos obliga a volver a nuestra “normalidad”.

Tal vez sea eso El Quijote, una elaboradísima demostración de la futilidad de todo intento del hombre por cambiar su mundo y su propia vida. Esto parece descorazonador. Pero, bien visto, y considerando lo que al respecto tiene que decirnos la Biblia, la Palabra de Dios, es una lección necesaria para acudir a las fuentes adecuadas en busca del poder para vivir una vida diferente. Esa fuente no está en los descabellados libros de aventuras caballerescas, ni en los edulcorados novelones televisivos de hoy, ni en las cruelmente mentirosas producciones pro violencia de Hollywood. No señor, está en la palabra de aquél que nos creó con un propósito y, después de que el hombre estropease dicho propósito, presentó un medio de restauración. Nuestra confusión está en creer que ese medio somos nosotros mismos, ignorando que sólo puede venir del propio Dios.

Dios nos hace ver que nuestro rocín no es un hermoso corcel, cuando nos dice que todos somos pecadores, que estamos destituidos de la gloria de Dios y que nuestras justicias son como trapos de inmundicia. Dios quiere hacernos ver nuestra absoluta necesidad, pero no para inventar armas propias, sino para acudir a Él. La visión de nuestra incapacidad para una vida diferente no debe desalentarnos, debe hacer que nos dirijamos a Él, contemplemos su preciosa solución, nos apropiemos de ella y le adoremos eternamente por esa maravillosa gracia.

¿Qué es lo que Dios ha provisto para que tengamos una vida nueva? A su Hijo Unigénito, quien, a través de su muerte en la cruz, cargó con nuestras culpas, con nuestra insuficiencia, con nuestros vanos intentos, con nuestro pecado, y nos abrió un camino hacia la vida eterna, que es la vida verdadera, la que realmente estamos buscando cuando anhelamos algo mejor y diferente. Pero la vida que nos quiere dar no es algo para lo que tengamos que esperar hasta la muerte. Él quiere que lo vivamos ya, porque viviendo su vida podemos cambiar no sólo nosotros sino también todo nuestro entorno inmediato. En el nuevo testamento, en Efesios capitulo 2, dice:

Él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia. Entre ellos vivíamos también todos nosotros en otro tiempo, andando en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos; y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos). Juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús, porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. No por obras, para que nadie se gloríe, pues somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas.

Sí, Dios tiene aventuras preparadas para nosotros, para derrotar gigantes auténticos, para vivir una vida llena de color y de razones para vivirla. Pero en su diseño está primero nuestro paso de aceptar lo que hizo por nosotros, la muerte de Cristo en la cruz, para que recibamos su vida y podamos andar en sus caminos.

El propio Cervantes cita en el prólogo las palabras de Jesús en el evangelio de Mateo: De corde exeunt cogitationes malae. Del corazón salen los malos pensamientos. De ahí provienen, porque el propio mal del hombre radica en su interior. Ningún esfuerzo interno tiene visos de prosperar. Necesitamos una mano desde fuera. Y no cabe duda que la mejor, la única, es la mano de Dios. Insistimos, no ha de entenderse nuestra situación como algo sin salida, porque la gracia de Dios, la bondad divina que no tiene en cuenta nuestra condición a la hora de amarnos, ha provisto el supremo sacrificio para salvarnos. La gracia y el amor de Dios son cosas difíciles de entender y explicar, pero se percibe un atisbo de entendimiento de ese amor, al menos en teoría, en las palabras del escudero en el capítulo XXX del libro primero:

Con esa manera de amar —dijo Sancho— he oído predicar que se ha de amar a nuestro Señor por sí solo, sin que nos mueva esperanza de gloria o temor de pena.

Así es, el amor a Dios no ha de motivarse con el deseo de obtener recompensa alguna de él, o por miedo al castigo. El amor a Dios nace de un corazón transformado para poder amarle. Eso dice el apóstol Juan en su primera carta: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”. Y un poco más adelante dice: “nosotros lo amamos a él porque él nos amó primero”.

Querido amigo, ¿querrás aceptar el amor de Dios? ¿Estás dispuesto a reconocer que sin él estás muerto en espíritu y sin esperanza, pero que Él dio a su Hijo para morir por ti y darte la vida auténtica, la eterna? Si lo aceptas, no sólo tendrás vida eterna, sino todo lo que ella conlleva: el Espíritu santo guiándote y capacitándote en tu interior, y la capacidad de amar de una forma que ahora no imaginas, con el amor de Dios.

Esto requiere dar un paso de fe, que en cierto sentido es introducirse en el camino estrecho. En el capítulo VI de la segunda parte del Quijote, leemos:

Y sé que la senda de la virtud es muy estrecha y el camino del vicio, ancho y espacioso, y sé que sus fines y paraderos son diferentes, porque el del vicio, dilatado y espacioso, acaba en muerte, y el de la virtud, angosto y trabajoso, acaba en vida, y no en vida que se acaba, sino en la que no tendrá fin.

Cuando Jesús pronuncia las palabras que cita aquí el caballero, se lamenta del escaso número de personas que elige el camino estrecho. Tal vez tienen miedo, o desconfían de la promesa de Jesús también en el evangelio de Mateo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil y ligera mi carga”. De nuevo hemos de pensar en la gracia de Dios, su compañía sobrenatural a lo largo de los duros caminos de esta vida cuando decidimos seguirle a Él.

Pero no olvidemos que eso es lo único que vale la pena. Poner todas las esperanzas en las consecuciones de esta vida es algo que hasta Cide Hamete entiende perfectamente, como se comenta en el capítulo LIII de la segunda parte.

Porque esto de entender la ligereza e inestabilidad de la vida presente y la duración de la eterna que se espera, muchos sin lumbre de fe, sino con la luz natural, lo han entendido; pero aquí nuestro autor lo dice por la presteza con que se acabó, se consumió, se deshizo, se fue como en sombra y humo el gobierno de Sancho.

La Biblia habla a menudo de este carácter frágil y efímero de la vida. En la carta a los colosenses, el apóstol Pablo dice: “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra, porque habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria”. Si decides aceptar lo que Cristo hizo por ti en la cruz y reconocerle como tu Señor y Salvador, tu vida pasa a estar en otro nivel. Tu ínsula Barataria (salvando las distancias), el lugar a donde siempre has querido dirigirte, es ya una realidad en Cristo, y en su día se manifestará. Ya no persigues fantasías de las que acabarás desengañado, porque perteneces a un Reino verdadero, el Reino de Dios.

Seguramente parecerá que queremos hacer decir a Cervantes cosas que menciona en su contexto. El propósito de estas líneas es en realidad reivindicar el gran valor de la Palabra de Dios, del que también Cervantes era consciente. Pero, un paso más allá, lo que importa de la Biblia no es que sea un libro importante y cargado de sabiduría, sino que en ella se nos presenta el plan de salvación de Dios, centrado en Jesucristo. Tu parte es tomar una decisión en respuesta a su amor. Él envió a su Hijo para darte vida. Tú debes reconocer tu necesidad de Él y aceptarle en tu corazón como salvador y guía para una vida nueva y eterna. Exprésaselo con tus palabras.

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